sábado, 6 de agosto de 2011

Dreamland

Mis sueños son raros, siempre, muy raros.

Visito ciudades conocidas que en sueños son las mismas, pero son diferentes. He vuelto una y otra vez a esas ciudades imaginarias que tienen nombre real y las calles que me invento. Me las conozco ya como las de verdad. Sus rincones, sus bares, bares que no existen pero que en sueños recomiendo cuál es el mejor.

Te puedo hablar de esa tetería imaginaria en la que servían y vendían té de donde salieron volando murciélagos. Recuerdo también un lugar de comida rápida y barata donde estaban riquísimos los postres. Un centro comercial y su parking, donde no vimos la película de cine por algún problema que ahora no recuerdo. La casa que compartía mi amiga, y la bici, aunque mi amiga nunca ha vivido en una casa así. Salir a buscar a alguien de su trabajo, estar en casa de sus padres y conocer a su madre; aunque la casa de sus padres nunca tuvo ese balcón lleno de plantas, ni esa cafetería al lado, ni su madre era así. Pero me gustó haberle caído tan bien.

En mis sueños todo es muy real. Tan real como que ahí, en ese lugar, existen. Todo sigue igual cuando vuelvo, cuando duermo y viajo allí.

Hoy incluso soñé que mi madre llevaba una vida loca y tenía un amante, Jacobo, el del segundo, alguien con mucho dinero y con una finca; finca que no existe. No existe siquiera ese Jacobo. Lo del amante no lo sé, pero no lo creo, lo dudo mucho. El resto de los detalles son aun más incomprensibles, sin pies ni cabeza. No los cuento porque dudaríais en ingresarme en un manicomio, y no os quiero poner en esa tesitura.

En el fondo, creo que soy una Alicia en su País de las Maravillas...

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